Fundación Rahab es una organización no gubernamental que tiene catorce años y trabaja con el objetivo de contribuir a la protección y bienestar físico y emocional de las personas adultas y menores de edad víctimas del comercio sexual en Costa Rica, a través de un proceso de recuperación que permita la restitución de sus derechos, atención psicológica, consejería espiritual, incorporación a la sociedad mediante el desarrollo de las habilidades y talentos, apoyo a la familia, acceso a redes de apoyo para la atención integral, involucrando tanto a los entes estatales como privados que ofrezcan servicios a las mujeres, la niñez y adolescencia en vulnerabilidad social.
Partiendo de nuestra filosofía de intervención queremos reconocer que el comercio sexual es una actividad lucrativa que obedece a un conjunto de prácticas sociales propias de una cultura, que incluye el ejercicio abusivo del poder y la violencia frente a quienes suelen ser más débiles y vulnerables; el cuerpo femenino es considerado un objeto o producto comerciable (susceptible de ser comprado o vendido) para la satisfacción de los deseos y las fantasías de quienes pagan por tales favores sexuales, es por estas características que afirmamos que el comercio sexual en lugar de ser un trabajo constituye una severa violación a los derechos de las personas, dado que traspasa las fronteras de la dignidad humana e impide la posibilidad de un desarrollo integral, por encontrarse inmersas en esta actividad económica, la cual suele ser más lucrativa para aquellas personas que conforman redes de explotación (taxistas, dueños de hoteles y de bares y otros proxenetas), que para las mujeres que exponen su vida diariamente en esta práctica.
Consideramos que el comercio sexual como actividad económica suele acompañarse de prácticas ilegales (por ejemplo consumo y trasiego de drogas ilícitas), de abandono y abuso en todas las expresiones imaginables y más allá de ellas. En el comercio sexual la violencia se torna cada vez más intensa para las personas inmersas en este ambiente.
Así, la historia de las mujeres en comercio sexual (niñas, adolescentes y adultas) es una historia de abuso y dolor, de abandono y utilización, que oscila entre la sobrevivencia cotidiana para sí misma y la de su familia, y el maltrato físico, patrimonial, sexual y emocional que muchas veces encuentran en el ambiente y aún entre sus seres significativos.
El reconocimiento del comercio sexual como un trabajo va en contra de los derechos humanos fundamentales de las personas de vivir una vida sin violencia y sin maltratos, además la Organización Internacional del Trabajo no reconoce la prostitución como una forma de trabajo.
La práctica del comercio sexual es una expresión de poder masculino, es una relación que se caracteriza por la dominación y el control de parte de quien paga (el cliente) para utilizar el cuerpo de una persona (la mujer que vende el servicio). El ejercicio del comercio sexual, conlleva implícita una carga despectiva y estigmatizante para las mujeres que por una u otra razón se involucran en este ambiente. También, está el hecho que muchas de estas mujeres van dejando un legado de violencia y dolor a sus hijas, pues hemos sido testigo de cómo se repite el patrón de una generación a otra y de esta manera se perpetúa la violencia en contra de las mujeres.
Si se analiza la historia de estas mujeres podríamos cuestionarnos hasta qué punto el comercio sexual es realmente una opción voluntaria para las mujeres, o más bien representa una decisión forzada ante las problemáticas enfrentadas en todos los niveles de sus vidas. Dicho cuestionamiento conlleva a eliminar todos los estigmas que se depositan en estas mujeres y a comprender cómo el comercio sexual ha representado una forma más de la violencia de género que ha marcado sus vidas. Incluso, cuestionar los términos con los cuales se hace referencia a estas mujeres y propiciar un cambio en este nivel, nos permitiría considerar a las mujeres denominadas como “prostitutas”, como mujeres que en realidad han sido víctimas de distintas formas de comercio sexual y de un sistema social que propicia, facilita y promueve la explotación de sus cuerpos y de su dignidad humana.
Desde la experiencia de la Fundación Rahab en atención de personas que han sido víctimas del comercio sexual, podemos puntualizar que a pesar del dolor del «ambiente», muchas mujeres no tienen las condiciones para abandonarlo, pues la negativa de la sociedad a brindar oportunidades de superación les cierran todas las puertas, pero ellas sólo necesitan una oportunidad para cambiar el rumbo de sus vidas. Aquí no hace falta el reconocimiento de la violencia sexual como un trabajo, se necesita brindar espacios de superación para estas personas, devolverle su dignidad, porque en una condición de explotación una persona jamás estará en condiciones de establecer límite y hacer valer sus derechos.
